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El Fantasma de la Opera
Cheney sale de su bunker para confundir a John Edwards

(10/04)

Existe un momento en todas las historias de terror cuando la verdadera cara del mal sale a la luz. De hecho, en toda narrativa, el descubrimiento del Hombre Detrás de la Cortina es un momento intenso. En Oz, el mago resulta ser un anciano cansado manipulando la maquinaria en un rincón, para crear una impresión de poder. Cuando Zod y sus cómplices allanan la Casa Blanca en Superman II, se ocupan de buscar un doble para remplazar al Presidente. Nadie que comanda a tantos, podría rendirse en tan poco tiempo. El verdadero presidente sale de un lavatorio próximo al Despacho Oval (quizás el que Bill y Mónica hicieron famoso, ¿quién sabe?) y dice: “Es a mí a quien están protegiendo”.

Pero, ¿y si el hombre en el rincón fuera el verdadero Oz? ¿Y si la tapadera fuera el tonto que habla a los tropezones y cuando descorres la cortina encuentras que la personificación real del verdadero mal te está mirando fijamente a la cara? Esa fue mi reacción cuando tuve una breve visión de Dick Cheney durante el debate de los Vice-presidentes por televisión. El hombre respira fuego, como ya se sabe, y es conocido por engullir niños en el desayuno todas las mañanas. 

Su inclinación por la mentira no necesita la ayuda de audífonos ocultos; no sufre de ansiedad por su abstención a la bebida; ni carece de autoestima por ser malinterpretado u odiado por la mayoría del mundo. No está en el ruedo para agradar a nadie, y no cuenta con un stock de bromas sobre las fraternidades de estudiantes para que la prensa sonría. Sabe que tiene acceso a información que la mayoría de la gente no tiene, y asume que está más allá del reproche por cualquier cosa que haga. Cuando se negó a servir en Vietnam, no fue porque su papito movió los hilos para que permaneciera en la Guardia Nacional Aérea de Texas; y no existe registro alguno, ni borroso ni de ninguna otra manera, de haber estado demasiado drogado con cocaína como para volar un avión. Simplemente tenía otras prioridades, y cuando la prioridad de no ir a Vietnam le exigió ser padre, Lynne apareció en el camino de la familia con la rapidez correcta, y Dick obtuvo su prórroga 3 A durante el primer trimestre de su embarazo. Demos gracias a Dios por las demás prioridades.

El suyo es el paciente, enfurruñado y cuajado rostro del PNAC (Project for the New American Century), el rostro humano de la “petrogarquía” cuyas garras hoy están tan firmemente aferradas al poder Americano. Agobiado por una arrogancia que ni incluso él mismo puede soportar, su disgusto está permanentemente grabado en su sonrisa afectada de bandolero y en el balanceo a lo Lon Chaney de su cabeza. Pobre John Edwards, cuya madre lo educó tan bien, no parece tomar conciencia de que podría tener que romper las reglas cuando se encuentra cara a cara con el Diablo.

Con el Crudo Liviano de Halliburton[1] corriendo por sus venas, Dick no necesita transpirar ni aún cuando está repitiendo las mismas y cansadoras mentiras que ha estado bombeando durante la mayor parte de su carrera. Naturalmente, se mantiene imperturbable cuando se ve confrontado con la realidad de que nadie en este mundo compra su discurso. No se retracta por su absurda insistencia sobre alguna clase de conexión entre el 9/11 y Saddam Hussein. Frente a la exasperante mente criminal de Cheney, Edwards está perdido. Cuando tu mayor ventaja es tu sonrisa, es duro manejar un oponente que piensa nada más que en sacarte de quicio.

Esperé en vano que Edwards comenzara a encauzar al Dr. Seuss, se levantara y revelara al mundo la profundidad de la mendacidad de Cheney: “¡Tu corazón está repleto de trapos sucios, tu alma está llena de porquería, Sr. Griiiiiiiiinch!” ¡Ay, eso no iba a suceder! No sólo porque el formato de estos llamados debates lo hace imposible, si bien son marginalmente menos formales que los modelos presidenciales. Si había demasiado que debatir entre los partidos mayoritarios, la Comisión sobre Debates Presidenciales se ha cuidado bastante de ello. Y también existe la ventaja de que gran parte de la misión imperial es común a ambos partidos; entonces, por supuesto, cuando Cheney escupió de soslayo sus gruñidos sobre el hecho de que Kerry y Edwards no son creíbles con respecto a Irak, Edwards obedientemente respondió repitiendo la promesa de Kerry de que ellos encontrarían a los terroristas donde estuvieran y los matarían, antes de darles la oportunidad de que hicieran más daño. ¡Sí! 

Pero mi mayor desilusión surgió cuando comencé a darme cuenta cada vez más que Edwards no es Theodore Geisel ni Boris Karloff, y esperar que saliera al cruce y dijera que Cheney es un hongo venenoso de tres pisos y un sándwich de chucrut con saaaaalsa de arsénico, hubiera sido colocar mis expectativas demasiado altas. Durante la mayor parte del tiempo, Cheney se lo quitó del medio con lo mismo de siempre. Y no se podía evitar apreciar el perfil general que se suponía Bush había seguido la otra noche: continuar insistiendo con la conexión Saddam/Al Qaeda, afirmar que a Irak y Afganistán les va de maravillas, cuestionar el patriotismo de su opositor, manifestar que está deshonrando el sacrificio de los valientes soldados iraquíes, bla, bla, bla. ¿Y si tu propio equipo escribió el discurso que Allawi, el secuaz de la CIA, pronunció ante el Congreso y también lo arrojó al fuego, y acusara al otro bando de ser poco diplomático por no aplaudirlo de pie? Cheney raramente muestra sus dientes en cámara, y casi nunca está en el piso del Senado cuando les dice a sus opositores que se vayan a la mierda.

Es verdad que Cheney no representa a toda la administración Bush. Ni tampoco ninguna junta, ni incluso el cartel de Bush, es capaz de mover todos los hilos necesarios para mantener zumbando al Imperio. Sin embargo, por irónico que parezca para la muchedumbre que sigue a Bush, el cardíaco paciente-en-jefe Cheney es su corazón y espíritu. Los americanos echaron un vistazo dentro del lugar no revelado que es la mente de Dick Cheney, y un buen soplo del hedor que flota sobre su fantasía neo-conservadora del mundo. Debería ser suficiente para que la gente corriera hacia la salida. Pero entonces, eso hubiera sido hace mucho tiempo atrás. (Entrada para la música de órgano). 

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[1] Empresa petrolera norteamericana

© 2003 Daniel Patrick Welch. Concedido el permiso para su reproducción.
Traducido por Noris La Valle

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Welch vive y escribe en Salem, Massachusetts, EE.UU., con su esposa Julia Nambalirwa-Lugudde. Juntos administran The Greenhouse School. Sus artículos anteriores están a disposición en la Internet y se le facilitará un índice con sólo pedirlo. El autor se ha presentado por radio (la entrevista se puede escuchar aqui) y sus columnas también se han difundido: los interesados en retransmitir el audio deberán comunicarse con el autor. Algunas columnas están a disposición en español o francés y hay otras traducciones pendientes (se acepta ayuda para otras lenguas). Welch habla varios idiomas y hace grabaciones en francés, alemán, ruso y español o entrevistas en la lengua meta por teléfono.