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PLATAFORMA VACÍA, PUEBLO VACÍO
En vivo (o algo así) desde Boston

(7/04)

La exageración y la histeria llegaron hasta la soñolienta Orilla Norte de Boston. Durante las semanas que precedieron al evento seminal del verano en la Gran Ciudad, los jefes de policía locales predijeron un sinfín de viajeros y constantes embotellamientos cercanos. Muchos aconsejaban a los habitantes locales “que se fueran a New Hampshire durante el fin de semana y que no miraran hacia atrás”. Gracias al consuelo de una abrumadora presencia policial (estatal), los terroristas, turistas, alborotadores y viajeros se mantuvieron a raya.

Pobre Boston, 60 millones de dólares gastados en seguridad, y 0 ingresos por peajes. Hacia el segundo día, el secreto había comenzado a escurrirse: nuestra encantadora capital provincial se había convertido en algo así como un pueblo fantasma. Por supuesto, hubo algunos disidentes en las calles: los Veteranos por la Paz y el Social Form de Boston realizaron sus propias convenciones, y los grupos Unidos por la Paz y la Justicia, la Sociedad del Te Negro, Comida no Bombas, y muchos otros se hicieron presentes como siempre. De hecho, muchos activistas –incluidos muchos de nosotros que en vano tratamos de arrancar al Partido Demócrata de su estupor pro-guerra- también fuimos convencidos de quedarnos en casa o salir ilesos de la Protesta del Gallinero, una jaula para los manifestantes sancionada por la corte y diseñada para hacer del esfuerzo de la libre expresión algo tan desagradable como para eliminarla por completo. Nada de gases lacrimógenos, ni disturbios –la democracia “perfecta”.

Por supuesto, también los comerciantes gozaron de las bondades de la Seguridad Estatal. La cultura del miedo, originalmente difundida por el aspirante a “partido de los mercados libres”, fue abrazada incondicionalmente por sus planificadores en la democrática Boston. El corte de caminos, la reprogramación del trafico y un aburrido y soñoliento policía en cada esquina vacía –todo surtió efecto ya que los comerciantes informaron una alarmante caída del 50% en sus ganancias. Los carteles de “Bienvenidos a Boston” y “Bienvenidos Delegados” no podían competir con el mensaje opuesto transmitido por el cordón de seguridad. Y no porque no trataron, de hecho. Las “almohadas del burro” [1] parpadeaban tristemente a los transeúntes desde los ostentosos locales sobre la calle Newbury. Y una bizarra bandera roja con imágenes en sentido contrario de Kerry y Edwards remembrando el famoso poster del Che Guevara – ante lo cual mi esposa reaccionó diciendo que habían intentado hacer más atractivo a Kerry cortándole al menos dos pulgadas de cabeza. (Hombre, el chic radical ha caído en picada: Leonard Bernstein debe estar revolcándose en su tumba). 

“Todo tiene que ver con el dinero”, Julia decía con tristeza mientras permanecíamos parados entre papamoscas demasiado elegantemente vestidos que se comían con los ojos a las celebridades que pagaban $ 1000 el plato para asistir a esta o aquella reunión. Vimos por un instante a Jerry Stiller, y la mayor declaración política que me atreví deslizar en semejante multitud fue un sentido grito de “Tranquilidad Ya!”. Incluso con los Red Hot Chili Peppers tocando dos cuadras atrás, los negocios todavía no podían darse un respiro. Y los taxistas que circulaban tocaban la bocina entusiastamente a casi todo el que caminaba bajo la llovizna –uno de ellos incluso se detuvo para dejarnos pasar en rojo, maniobra desesperada sólo reservada generalmente para tardías carreras nocturnas hacia el aeropuerto o después de que la multitud del club va disminuyendo. Hemos conducido a casa desde Boston muchas, muchas agotadoras noches, a través de un tráfico mayor a las 3 de la mañana, de lo que fuimos testigos esta noche a las 11, cuando el Mayor Show de la Ciudad era precisamente en la ciudad. 

Naturalmente, no llegamos ni cerca de la convención misma. Y no fue sólo porque no hubiéramos enviado las muestras de sangre y ADN para la fecha requerida, o porque nos quedáramos petrificados al ser forzados a expresarnos libremente por detrás de los alambres de púas. De hecho, escuchamos que Kucinich y Sharpton dieron grandes discursos, y que las habitaciones de los borrachines en cada delegación estuvieron a la altura, estoy seguro, de las convenciones pasadas. Pero el punto clave para nosotros es que, a pesar de las fatales advertencias de unos pocos y preciados hombres de conciencia, no hay ninguna indicación de que el aparato del partido esté escuchando. Por supuesto que la corriente periodística imperante tampoco sabría qué escuchar de todos modos –está demasiado ocupada comparando los audífonos, micrófonos, etc. de los distintos medios de comunicación, o reprendiendo a Jesse Jason por el imperdonable pecado de sugerir –gasp!- que Boston podría tener un problema racial. (Nota: habiendo crecido en los alrededores de Boston, pronto aprendí que los bostonianos blancos a menudo se sienten muy cómodos contando chistes raciales a los forasteros blancos. Incluso tuve un mecánico –que sabía que yo era la parte blanca de un matrimonio mestizo- que me dijo que la luz de freno de nuestro ómnibus escolar no se podía arreglar porque: “Realmente, Danny, ¡esa cosa ha impactado en todo menos en la comunidad negra!”)

Pero indudablemente las futuras fuerzas son las menos interesadas en escuchar incluso a la mayoría de sus propios delegados. La plataforma y la retórica estuvieron tan vacías como las calles desiertas de Beantown [2]. Los dichos irónicos abundan: “Nada para Todos”, “El Milagro Milquetoast”, -si bien nadie alcanza a captar la dedicación con la cual quienes mueven los hilos sofocaron casi todo gránulo populista expresado por miles de delegados en las convenciones estatales en todo el país.

También las ironías predominaron más que los compradores en las tranquilas calles de Boston. Corre el rumor de que Teresa Heinz Kerry dice buenos discursos. Sin embargo, mientras la Señora Ketchup hablaba de las Fuerzas de Paz y de su infancia en Mozambique, un activista fue arrastrado por el piso y fuera del hall donde se desarrollaba la convención. ¿Su delito? Intentar desplegar un cartel que decía: “¡Basta con la Ocupación: Traigan nuestros soldados a casa!”. Todo parte y lote del auto-infligido temor por su propia sombra que ha hecho que los Demócratas huyeran de McGovern en los últimos treinta años.

Tuve la suficiente “suerte” de recibir una carta de la Convención Nacional Demócrata, si bien no tengo la menor idea de cómo me incluyeron en su lista. La invitación fue hecha directamente por el Senador, y comenzaba con un “Querido Dan”. Tampoco tenía la menor idea de que estuviera en una base de tratamiento de primer nombre con el potencial Presidente de los Estados Unidos. Sin embargo, el shock y el estupor ante el absoluto sentimentalismo que me hizo poner la piel de gallina por haber alcanzado el nivel deseado, fue efímero. Se me cayó la cara, haciendo quizás que mi cabeza fuera casi la mitad de larga como la de nuestro Senador Junior, cuando busqué en vano por -al menos- una mención sobre la guerra. Ni una sola palabra sobre Irak en una apelación a un activista anti-guerra, para ayudar a nuestro hombre a derrotar al militarista -ni una sola. 

Sé que debería estar más acostumbrado a esto. Perdónenme si exagero mi sorpresa por el efecto retórico. Envié, sin embargo, mi sobre con la contribución correspondiente. Sigue un extracto de la carta que acompañé con mi contribución en el rubro “otros” ($ 0.-)

“Querido John (siempre quise escribir una carta Querido John):

Estoy asombrado ante la audacia de intentar recaudar dinero de – estoy dando por sentado- activistas del partido, una mayoría significativa de quienes se oponen vehementemente a la guerra, sin una sola mención a esta apabullante aventura imperial. Todos los temas que ustedes afirman respaldar se ven estropeados por este hinchado, flatulento y glotón elefante en el medio de una habitación. No hay dinero por nada, porque todo se ha gastado. Mientras ustedes están preocupados por cubrir sus flancos derechos, les haría bien que consideraran las bases que están perdiendo”.

La triste y espeluznante verdad es que, dentro del partido, McGovern tenía razón –tanto entonces como ahora. Todavía batiendo el tambor de la paz, el anciano Perdedor del 72 pidió una reducción de, al menos, un 50% en el presupuesto militar, un 5% anual a lo largo de 10 años. Su simple razonamiento es que el terrorismo no es un problema militar, y exige una solución no militar. El partido y el país podrían estar en un lugar diferente en la actualidad si los hombres de dinero no hubieran abandonado su campaña contra la guerra. La historia que se contrapone con los hechos es necesariamente especulativa, y la influencia de los usureros de la guerra no es un problema menor. Pero la dura verdad es que la “elite de los cigarros” de este partido, los precursores del actual Consejo de Liderazgo Demócrata, no dieron dos centavos por desarmar la actividad de la empresa criminal que fue la administración Nixon. Imaginen si el Tramposo Dick no hubiera desestabilizado Chile, bombardeado Camboya, etc. ¿Cuántas vidas se hubieran salvado, cuántas posibilidades no se hubieran extinguido? 

Es irónico. Ahora estos mismos hombres que no pudieron salvarnos de Nixon afirman que Nader es el Anticristo, una suerte de demonio facilitador para Bush. Dios no quiera que los Demócratas tuvieran que ganar sus votos; en todas las demás cosas sagradas, ambos partidos alaban el milagro de la competencia como una panacea económica y psicológica, el sagrado grial guardián de la libertad. Pero la elección de los votantes debe ser aniquilada a cualquier costo. Esto es lo que hace de la fabricada unidad y disciplina que viene de Boston algo tan mortificante. Me recuerda una vieja caricatura que vi en una oportunidad, que hacía referencia tanto al politburó como a cualquier tribunal corporativo. El presidente pide que voten, y dice: “Todos los que se oponen, por favor, digan: Renuncio”.

Por cierto, todavía hay brasas encendidas. Lo “bueno” –supongo- es que virtualmente la gente común no concuerda con este giro hacia la derecha sin sentido. Y nuevas organizaciones, tales como los Demócratas Progresistas de América, Voto Progresista y otras, están más determinadas que nunca a no dormirse tan pronto como voten a Kerry. 

Se sabe, no obstante, que esto podría ser un robo. El sitio web electoral-vote.com, que sigue las últimas encuestas estado por estado, tiene a Kerry estabilizado con una ventaja electoral de 291-237, antes de la fanfarronería de la convención, SIN ganar en Florida, Ohio, ¡o incluso Minnesota! Sin embargo, todavía es un poco inquietante el hecho de si tenemos necesidad de pasar por semejantes problemas para acabar con el Hombre Mas Odiado de la Tierra.

Entonces, ¿por qué no arrojamos el sobre y buscamos un verdadero mandato para gobernar basado en un programa amplio que realmente se oponga al núcleo de la agenda de Bush? En otras palabras, ¿por qué no le damos a la gente lo que realmente parece querer? Ah, aquí pateamos la pared de ladrillo proverbial, el destino inevitable de los progresistas que se aventuran demasiado lejos dentro del Vientre de la Bestia que es el Partido Demócrata. Estas valerosas o tontas almas esperan que el aparato del partido colapse, dejándolos como una suerte de versión política de la Invasión de los Arrebatadores del Partido.

Pero a los hombres de dinero les importa el poder, no la verdad –no les preocupará si su ideología cae en bancarrota. Y el dinero compra un montón de “unidad”, como puede atestiguar la última generación de los unidos a la fuerza. Es verdad, sin embargo, que no hay salida de este cul-de-sac ideológico, moral y de sentido común. A menos que su dirección cambie en forma radical, no hay esperanza para un partido que piensa que el salvataje de la reputación de América recae en el reclutamiento de jóvenes de otros países para convertirlos en ocupantes y sodomitas a la vez. La tortura de niños no es una falla en una empresa que de otros modos sería exitosa o noble –todo el mundo lo sabe. Lástima que es muy grave que quienes podrían reemplazar a Bush no parezcan entenderlo. 

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[1] El autor hace referencia a las finas almohadas hechas a mano y con el diseño de un burro (emblema del partido Demócrata) que se venden en la calle Newbury de Boston, famosa por sus costosos negocios.

[2] Se refiere a la ciudad de Boston.

© 2003 Daniel Patrick Welch. Concedido el permiso para su reproducción.
Traducido por Noris La Valle

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Welch vive y escribe en Salem, Massachusetts, EE.UU., con su esposa Julia Nambalirwa-Lugudde. Juntos administran The Greenhouse School. Sus artículos anteriores están a disposición en la Internet y se le facilitará un índice con sólo pedirlo. El autor se ha presentado por radio (la entrevista se puede escuchar aqui) y sus columnas también se han difundido: los interesados en retransmitir el audio deberán comunicarse con el autor. Algunas columnas están a disposición en español o francés y hay otras traducciones pendientes (se acepta ayuda para otras lenguas). Welch habla varios idiomas y hace grabaciones en francés, alemán, ruso y español o entrevistas en la lengua meta por teléfono.